CUANDO NOSOTRAS LLEVAMOS LOS PANTALONES
Historia de una prenda de ropa que simboliza la lucha de la mujer.
Abrimos el armario cada mañana y ahí está, algo que no nos llama la atención especialmente. Algo que tenemos como cotidiano en nuestras vidas y que nos parece la cosa más normal del mundo: esa Torre de Pisa de vaqueros, de pantalones de pinza, de shorts, de mallas, etc… Los que nos ponemos para ir de fiestuqui, los que usamos para ir a trabajar. Los de hacer gimnasia o esos que nos hacen tan buen pandero en cuando nos miramos por detrás en el espejo…
No valoramos que los pantalones no siempre fueron una opción para las mujeres. Por eso tenemos que verlos más allá de una simple prenda de ropa: los pantalones son un estandarte de pequeñas y grandes revoluciones.
Durante muchos años de la historia, el pantalón era de uso exclusivo del género masculino. “Llevar los pantalones” era un símbolo de poder, de dominio sobre la mujer, de ser un “hombre de verdad” y con el que se demostraba quién mandaba en la sociedad y en casa. Por eso, hasta hace no mucho, principios del siglo XX, nosotras teníamos su uso restringido a tareas en el campo y trabajo en fábricas. Tras muchas controversias, se permitió que lo llevásemos para andar en bicicleta y montar a caballo. FLIPA.
La primera mujer que reivindicó los pantalones como prenda de uso femenino fue Amelia Bloomer, una feminista estadounidense que en 1850 diseño una especie de falda pantalón con la que un día decidió salir a la calle, harta de pololos, enaguas y refajos. En una sociedad, que no queda tan lejos de la nuestra, la prenda fue rechazada porque el movimiento feminista representaba una amenaza para la sociedad de la época y este primer intento fracasó. Viendo tal reacción, las feministas de la época tomaron esta prenda como algo que les daba seguridad y libertad para moverse. Se convirtió en un símbolo de provocación contra el poder que los hombres manifestaban como suyo.
Es así como nuestras bisabuelas lo convirtieron en un símbolo de poder, igualdad y desafío.
Durante un pequeño periodo de tiempo, se nos dio un chance de llevarlo durante el periodo de guerra, cuando la necesidad nos llevo a pisar por primera vez las fábricas, los campos de batalla y otras situaciones que requerían comodidad para poder trabajar.
Pero en el momento en el que los hombres volvieron de las trincheras, el faldón volvió a posarse en nuestro culo y nuestra vida volvió a la cocina.
Pero algo había cambiado en nosotras, no había vuelta atrás.
La modista francesa Coco Chanel en su afán de revolucionar la alta costura, cogió los pantalones y les dio un toque “femenino”, otra forma más adaptada a nuestra curvas, unos pantalones pensados y creados creados para nosotras. Se popularizaron primero en la clase alta y en las actrices de cine.
Con frecuencia eran retratadas llevándolos, que provocó un efecto boom de “culo veo culo quiero” que se democratizó en el resto de clases sociales. Si ellas podían, las demás también. Así que ante las peticiones populares, los grandes almacenes empezaron a venderlos en masa.
Parece poca cosa, pero por fin se notó un respiro de libertad.
Los pantalones dejaron de ser algo restringido para ellas y se comenzaron a diseñar otros estilos. Según fueron pasando las décadas, nuevas formas. Pantalón de vestir, bombacho, vaquero, campana, pitillo, short, etc… hasta hoy.
Aún así, sigue habiendo algunos ámbitos donde el binomio “falda/ pantalón” sigue marcando esa diferenciación por género que a muchas nos parece ya del siglo pasado. Pensad en las y los asistentes de vuelo, aunque en muchas compañías aéreas las mujeres ya pueden elegir pantalón en su uniforme, no es así en todos los casos y en muchas sigue existiendo presión para que “elijan libremente” la faldita, y los tacones, claro. O algo mucho más preocupante si cabe, porque nos marca desde peques, los colegios con uniformes diferentes para niñas y niños, que nos dejan bien claros desde los 3 años que ellos pueden correr, saltar y dar mil volteretas, mientras que nosotras sufrimos con esos leotardos que se nos caen hasta las rodillas, que en vez de al pilla-pilla parece que estamos en una carrera de sacos constante y hacemos malabarismos para no enseñar las bragas al bajar del tobogán.
Y aunque parezca increíble desde nuestro punto de vista, existen países como Corea del Norte donde las mujeres están obligadas a vestir faldas por debajo de la rodilla. Por poner un ejemplo.
No queremos acabar sin recordar que oye, nos flipan las faldas y los vestidos eh, lo que no nos gusta son las limitaciones asociadas al género, por si a alguien le quedaba alguna duda.
Así que sí, lo que parece un simple trapo en nuestro armario, supuso un triunfo más de la mujer. Reivindicar nuestro derecho a poder vestir como queremos tuvo uno de sus primeros pasos con el pantalón.
Por eso, cuando os subáis la bragueta cada día, pensad que no os estáis abrochando una prenda neutral, estáis cerrando el corchete de algo que simboliza un paso más en el feminismo.
Cristina Alonso y Cristina Valbuena.